ESTRELLA ORTIZ

Estrella Ortiz

Nada más nacer, la comadrona le dijo a mi madre: Conchi, has tenido una lectora. Como eran otros tiempos, eso no cayó demasiado bien en mi familia. Había motivos, pues no se me podían mandar recados sin que me despistase leyendo y se me olvidaran las tareas. Leía de todo: periódicos atrasados, etiquetas de las latas de conserva, prospectos de las medicinas; y en todas las posturas: de pie, en el lavabo, debajo de las mantas. Cuando crecí un poco me mandaron al colegio a ver si allí se me pasaba, pero recuerdo que me escondía en el cuarto de las escobas para seguir leyendo. En fin, un historial verdaderamente delictivo. Ya de adulta intenté hacer una profesión de ese amor un tanto insistente a los libros. Fue fácil, comencé a contar cuentos y asunto arreglado: puedo seguir leyendo a mis anchas sin que nadie me diga nada. De vez en cuando también me da por inventarme las historias e incluso a veces me fabrico los libros que me gustaría leer. Ya tengo unos cuantos.

Mi historia acaba bien: el día en que me nombraron Socia de Honor de la Biblioteca de Guadalajara mis padres me aceptaron tal y como era y comenzaron a sentirse orgullosos de mí.